Los salones de clase en los edificios nuevos eran mejores, tenían más luz, estaban mejor equipados, casi todo era nuevo... La alberca, que ahora se llamaba así - «alberca», era superior al viejo tanque de la Piedad. El gimnasio era más amplio, su piso no tenía fallas: ni hoyos ni irregularidades. No obstante, pensaba yo, todo carecía de personalidad. Hasta la vieja campana de Herr Bantzen había sido reemplazada por un timbre. Lo que se había ganado en progreso, se había perdido en tradición.

La marchanta y Manuelito nos siguieron fielmente; no así «la Música». Los años, implacables, la habían ido acabando poco a poco venciéndola al final. Y Manuelito, con todo el dolor de su corazón, había llamado a mi papacito para pedirle que la pusiera a dormir. «La Música» nació y murió en el viejo Colegio de la Calzada de la Piedad.

La gran mayoría de profesores y alumnos sentíamos nostalgia por nuestro antiguo colegio.

Resultaban extraños esos salones de clase llenos de luz, esas escaleras sin carácter. No obstante, poco a poco nos fuimos acostumbrando y adaptando al nuevo colegio, y llegó el momento en que el cariño hacia él nació. No era nada raro - el colegio no era nadamás un edificio, el colegio éramos nosotros mismos.