Pelón, Luis Galindo y Erwin Franz decidieron explorar lo que había dentro de la casucha. Y yo los seguí. Había un tapanco y una escalera de mano con no muchos escalones. La curiosidad nos contagió el alma, y como pudimos nos fuimos subiendo uno por uno. Allá arriba no había nada; sólo un agujero por el que se podía ver a Frau Wickertz con los demás, recogiendo... y el bosque que parecía interminable. Entró Pilar para avisarnos que ya nos íbamos y la respuesta de Erwin, que había tomado el mando, fue que nosotros nos quedábamos, y para dar mayor crédito a sus palabras le dio con el pie un empujón a la escalera que cayó al suelo haciéndose pedazos. La voz de la Frau Wickertz parecía cantar: 

 

  - Kommt jetzt, Kinder. Wir gehen schon nach House!

 

 

"Desierto de los Leones 1936"


Yo, que nunca antes había desobedecido a un profesor, me dejé llevar por la idea de una aventura, y ninguno de nosotros contestó. Frau Wickertz, seguida por Pilar, los Rowold, Horacio Wong y alguien más, iniciaron el descenso... despacito, mirando hacia atrás contínuamente... hasta que los perdimos de vista. Con toda seguridad querían darnos una lección, pensé sin preocuparme mucho.

Después de un buen rato, llegamos a la conclusión que lo mejor sería regresar antes de que la lluvia nos alcanzara. Con muchos trabajos logramos bajarnos del tapanco, no sin arañones y porrazos. Ya el sol estaba muy bajo. Y nubarrones negros se acumulaban en el cielo. La aventura se desvaneció y en su lugar apareció el miedo. Por ninguna parte veíamos a Frau Wickertz ni escuchábamos su voz. Habíamos perdido la vereda.

Caminamos y caminamos al parecer sin rumbo. Lo importante era seguir de bajada. De pronto, Erwin se agachó y levantó un níquel - cinco centavos. Dedujo que ya debíamos estar cerca de algún camino. No sé si realmente se sentía tan seguro por ser el mayor de todos nosotros o lo dijo para tranquilizarnos. Pero así fue. Poco antes de que el sol se ocultara por completo, descubrimos la estación de La Venta y una cabeza blanca apoyada en un hombro. Era Frau Wickertz que lloraba inconsolable sobre el hombro de Pilar. Me imagino que ella (la Frau Wickertz) también tenía cierto remordimiento por habernos dejado allá arriba, por no investigar lo que sucedía, por no esperarnos... Fue tanta su alegría al vernos, que ya ni nos regañó, y aún más, no nos reportó con el Director cuando por fin llegamos al colegio como el último grupo que regresó ese día de su excursión.        

 Fue curioso - nadie había sugerido a nadie que no se hablara sobre el incidente, que se callara... y todos lo hicieron, inclusive quienes habían regresado con Frau Wickertz. Pelón y yo tampoco mencionamos lo ocurrido en la casa. Fue un secreto que con lealtad guardamos durante muchos años.

Aparte de Luis y Erwin, los compañeros de Pelón con quienes mejor se llevaba eran los cuates Rowold (Fritz y Hermann), Roberto Pérez Herrera, Omar Jasso y Horacio Wong, así como Ernesto Matsumoto. Para comenzar por el último: Ernesto era japonés. Su familia tenía una florería no muy lejos de La Piedad, la más grande y famosa de México. Además, eran propietarios de plantaciones en Cuernavaca, a donde habíamos sido invitados varias veces ya; unas plantaciones enormes y perfectamente bien cuidadas por jardineros, la gran mayoría también japoneses. Unicamente Ernesto iba al Colegio Alemán; sus tres hermanas  -dos de ellas, gemelitas que parecían muñequitas japonesas- tenían maestros en su casa. Tanto las niñas como la mamá usaban siempre el tradicional kimono.